El malabarista es un animal de campo. Le gusta salir al
exterior, a lugares sin techos ni paredes donde poder lanzar bien altos sus
objetos y realizar los giros y desplazamientos que desee, sin miedo a un
abrupto final contra una viga.
Por ello, cuando los días se vuelven más largos, cálidos y
soleados, el malabarista surge y se muestra el mundo en parques y plazuelas. A
veces se les puede ver en grupo, compartiendo nuevas técnicas y trucos o
disfrutando de una sesión de passing. Para ver esto no hay mejor lugar que el
Retiro, en Madrid, dónde pelotas mazas y cariocas comienzan a invadir el
espacio aéreo y, si afinas la mirada, puedes ver algunos monociclos circulando
entre los árboles.
Estos son tiempos de alegría y esplendor para esta
especie. Pero no son eternos. Inexorablemente llega el invierno, pero antes
llega una época confusa, el otoño. Durante este tiempo el malabarista se
muestra inseguro, mira constantemente por la ventana y escrutina la información
meteorológica para tratar de saber si el sábado siguiente podrá bajar a ensayar
con su diábolo o si la quedada organizada desde hace un mes se cancelará
finalmente por la lluvia.
Y finalmente llega el invierno. Un tiempo sin luz, con
frío y lluvia en el que los parques quedan desiertos. Ocasionalmente puede
verse algún miembro de esta especie ensayando con obstinación una rutina que
representará próximamente, pero la mayoría se quedan en sus casas, calentitos
tras los cristales. Y las casas no están hechas para los malabares. Son
entornos hostiles, con salones repletos de cosas frágiles que romper y
habitaciones en las que ni siquiera se puede realizar un 551 sin que las
pelotas golpeen en el techo.
En esta época el espíritu malabarista de la mayoría
hiberna, pero no muere. Se le puede ver en el equilibrio con la barra de pan de
camino a casa, en el lanzamiento de las llaves del garaje por detrás de la
espalda, en el jugueteo con las naranjas del desayuno antes de exprimirlas. Es
cierto que la maravillosa idea de grabar un vídeo en el parque cada semana
ahora te parece absurda y que las quedadas con compañeros se diluyen en el
tiempo, pero el espíritu sigue ahí.
Y, cuando vuelva el buen tiempo, las flores se abran y sol
vuelva a calentar, inundaremos los parques como cada año.
Precioso y nostálgico pero no olvides que con el fin de los malabares llega el principio de la magia! Porque en invierno con el frío no puedes negar que una buena velada de magia en una sala calentita es un gustazo!
ResponderEliminarCierto, estas son épocas de disfrutar en cerrado. Obras teatrales, monólogos o una buena magia. Todo tiene su momento, es lo bueno de hacer un poco de todo ;)
EliminarJejejejej, buen texto. Pero bueno, los Noruegos y Finlandeses se las apañan muy bien, es cuestión de conseguir buenos sitios. Yo ahora mismo vivo en Polonia y uno de mis sitios más frecuentados durante el invierno es un skatepark, y los skaters me miran con una mezcla de admiración y confusion deliciosa.
ResponderEliminarMe ha encantado que hayas elegido el diabolo como ejemplo xD
Wis
Esta es una descripción de los malabaristas estivales, los "comeflores", vaya.
ResponderEliminarLos malabaristas de verdad encuentran dónde entrenar bajo techo, o bien alquilando sus propias naves, o bien yendo a los días de entrenamiento libre de los espacios. Porque malabarear sólo en verano no es ser malabarista.
Buenos días.
EliminarSeis años y catorce días más tarde, te doy la razón. Mi yo actual se encuentra más cerca de tu comentario que de mi artículo, creo.
PD: El término "comeflores" sigo siendo de mis calificativos preferidos de todos los que me han dado.
bellisimo!! gracias por esas grandes palabras! los parque esperarán ansiosos a los primeros rayos de luz de la primavera.
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